Jorge Benavides Solís. Arq. (UCE) Ph.D (UPM). Ecuatoriano, Profesor Titular de la Universidad de Sevilla, en este artículo reflexiona sobre la ciudad y los derrocamientos que se harán en el Centro Histórico de Quito.
Dos colegas me han hecho saber que el gobierno local propone seguir
construyendo el Centro Histórico de Quito Patrimonio de la Humanidad y no sólo
de los ecuatorianos, fragmentando sus huellas y significados que se acumulan en
el patrimonio material emergente visible pero, también en aquel subyacente que
exige una gestión más comprometida con la cultura antes que con la técnica. Alejada
de la política coyuntural. Tirar al suelo dos edificios modernos similares a
tantos otros, es una propuesta no prioritaria, excluyente y sin rigurosa justificación.
La ciudad es la casa grande de todos. Discutámoslo. El Colegio de Arquitectos y
otros profesionales se oponen.
La técnica tiene una
vocación pragmática que debería estar siempre vinculada a la cultura; en la ciudad,
a las formas de vida, de consumir el tiempo, de vincularse con el entorno, de
comunicarse, de interrelacionarse para hacer más agradable la vida.
Para los griegos “tekne”,
palabra de la que derivan arquitectura y técnica, tenía varios significados dirigidos
a garantizar la destreza, entendida
como la habilidad responsable para pensar y hacer las cosas, o sea para desempeñar
cualquier actividad dirigida a producir belleza. La palabra cultura apareció por primera vez
durante el Renacimiento, pues, también se podía cultivar el espíritu y la
defensa del patrimonio cultural,
paradójicamente surgió motivada por los desmanes de quienes participaron en la
Revolución Francesa. Para impedirlos apareció la primera Ley con tal objeto. En
Ecuador se promulgó en los años cuarenta del siglo pasado y recién en los años
setenta volvieron de España los tres primeros arquitectos ecuatorianos especializados
en restauración de monumentos. Por aquellos años en la Facultad se formaba bajo
los estrictos principios del Movimiento Moderno de la Arquitectura que
justificaban derribar las casas y edificios construidos, con el fin de
reemplazarlo con altos bloques nuevos de hormigón y cemento, ignorando aquellos
inmuebles vecinos; con desprecio a los centros históricos[1].
Le Corbusier en 1923 había anunciado la muerte de la calle (preferencia del
peatón) y proclamado la vigencia de las vías (preponderancia del coche). Razón
tenían quienes decían que “Quito
sigue siendo lindo a pesar de los Arquitectos” y de algunos políticos
se podría añadir.
Al llegar los españoles a Abya
Yala (nombre prehispánico de América), organizaron el territorio e hicieron
la ciudad y la arquitectura que no podían ni sabían hacer en su tierra debido a
las condiciones económicas, sociales, culturales y territoriales. Los Señoríos (control de los factores de
producción) y las Cartas Puebla
(autorización para organizar ciudades) se hacían en un contexto de conquista
diferente al americano. Entre la sociedad prehispánica se encontró una sociedad
donde no había hambrientos debido al enorme desarrollo de la producción de
alimentos y de los sistemas de distribución. Aquí los asentamientos humanos
estaban directamente vinculados a las
unidades de producción; por eso no existía la clara diferencia entre campo (rus, ruris) y ciudad (urbs), eso explica la dispersa ocupación
del territorio. Por eso en kichua no existe la palabra equivalente a ciudad. Todo
lo contrario al concepto europeo: la ciudad es un área amurallada con alta
densidad de población protegida por los dioses y santos. La protectora de
Cuenca es Santa Ana, la de Quito, San Francisco.
Surge así una innovadora y singular forma de vinculación entre el
hombre y el territorio que ya no obedecerá al proceso aborigen; pero tampoco responderá
al proceso europeo. Ni a uno ni a otro. Será nuevo, singular, no conocido antes
en ninguna parte del mundo precisamente porque a partir de 1492 se encontraron
dos sociedades con identidades muy caracterizadas y desarrolladas[2].
Desde 1534 Quito constituye
el verdadero documento material de identidad (social) que está construyendo
desde hace varios (cinco) siglos, la sociedad en el Ecuador; sin embargo ésta, hoy es diferente a la de
aquel tiempo e incluso a la de los años setenta. Casualmente en esta década,
por una parte, el país comenzó a depender de la cantidad de barriles de
petróleo exportados y por otra, se inició la actual forma de producir y de acumular
el lucro que caracteriza al capitalismo globalizado, vigente en todos los
países del mundo, menos en dos.
Hasta hace poquísimas décadas Ecuador, junto con otros países hermanos
estaba clasificado como subdesarrollado, ahora se encuentra en el ámbito de los
países con economía emergente liderado por Brasil y la India. Y actualmente, si
China no le comprara deuda a Estados Unidos, difícilmente mantendría su
poderosa influencia y no se mantendría impasible frente a la notable
penetración económica del gigante asiático en Hispanoamérica, poseedora de
imprescindibles recursos indispensables para mantener su crecimiento.
En este contexto es fácil comprender la expansión patológica del Quito
moderno que ha esterilizado miles de hectáreas de fértil terreno en Turubamba,
en los valles occidentales y en todas las colinas que conforman uno de los paisajes
más espectaculares que se pueden apreciar desde el avión o desde el Pichincha. En
estas condiciones, al Centro Histórico, de hecho, ha cambiado sus funciones.
En 1950, con 224.344 habitantes y un suelo
ocupado entre la Magdalena y el barrio América, el centro histórico,
prácticamente equivalía a toda la ciudad, a la casa de todos.
“El primer dato
referente a los barrios periféricos se lo puede extraer del censo de 1963; era
de 7378 cuando la población llegaba a 368.000 habitantes”[3]
En 1987 se veía en el plano del IGM, Quito cabía en 35 Km de longitud.
En 2010 con 2´239.191 habitantes, se
extiende entre
Guamaní, Pomasqui y Calderón (45 Km.)
En estas condiciones, el Centro Histórico cambió automáticamente de
función: de la casa de todos pasó a ser el salón de la familia, luego la sala
de huéspedes y visitantes. Terminará convertido en un parque temático más, como
son el Barrio Santa Cruz de Sevilla, el área monumental de Florencia y otros barrios
de las ciudades Patrimonio de la Humanidad. Se han restaurado, rehabilitado,
consolidado, dignificado, saneado, etc. los inmuebles para adecuarlos a nuevas
funciones, generalmente terciarias. Una estimable obra con una ingente
inversión; pero los residentes tradicionales generalmente de medianos y escasos
ingresos, han sido expulsados debido a la insuficiente política de vivienda que
haga posible las recomendaciones de la Carta de Quito (1977) y otros documentos
así como experiencias internacionales.
Como explica sin rigor la Arq. Ana María Armijos[4],
la propuesta del gobierno (nacional y local) parece impositiva y, en términos
urbanísticos, descontextualizada por cuanto no está vinculada a un verdadero
PLAN ESPECIAL DE PROTECCIÓN DEL CONJUNTO (CENTRO) HISTÓRICO en el cual, además
del Catálogo, deben estar previstas todas las posibles intervenciones con su correspondiente
Normativa (Ordenanza). Todo ello preparado y redactado bajo el marco de la Ley
de Patrimonio Cultural (2004) y las competencias del Instituto Nacional de
Patrimonio Cultural.
La propuesta supone una inversión ineficaz e inútil en los ámbitos:
económico (costes sin rentabilidad), social (más prioritaria es la inversión en
vivienda) y urbanístico. En cuanto a este último es imprescindible asumir que el
valor del parcelario de una ciudad histórica tiene tanta importancia como la de
cualquier gran monumento[5]
por lo cual merece la máxima protección para impedir las agregaciones o
subdivisiones sin escrupulosa justificación histórica.
Quito. El tejido urbano de máxima protección |
Cuando “toda la ciudad” era el Centro, resultaba obvio que aquí se
concentraran todas las funciones: administrativas (Ministerios, dependencias
municipales), comerciales (pasaje Royal, El Globo, etc.), de equipamiento:
deportivo (el Coliseo), educativo (Escuela Sucre, Colegio 24 de Mayo, Liceo
Bolívar, Colegio San Gabriel, Universidad, etc.), comercial (mercado central),
de ocio (todos los cines, La Alameda, etc.), cultural (Biblioteca Nacional,
Museo Colonial, etc.) y por otra parte, resultaba lógico que las casas
estuviesen habitadas por sus antiguos vecinos de todos los estratos sociales:
el Dr. Julio Tobar Donoso vivía en la calle Cotopaxi, Ruperto Alarcón Falconí
en la calle Guayaquil cerca de Mariano Ventimilla, la Torera y el Cuchillo Martínez,
Eugenio Espinosa, vivían en el centro.
Será Sixto Durán Ballén, al volver de Estados Unidos el joven arquitecto
que irrumpió en el Centro sin ningún respeto; sin embargo por sus obras fue
premiado (Cine Atahualpa, 1958). Similar comportamiento y reconocimiento tuvieron
otros arquitectos, profesores de la Facultad. Eran otros tiempos. Todas las
ciudades del mundo pasaron por esa negativa experiencia y soportan la presencia
de varios “puntos negros” en el Centro. ¿Qué hacer?
Quito. García Moreno y Mejía |
Es una pregunta que no admite improvisaciones, urgencias políticas o
buenas intenciones sin ideología. El infierno está empedrado con ellas. Exige
respuestas serias, reflexivas, rigurosas, comprometidas con la historia y con
la cultura. Eso es lo que se lleva haciendo en Europa desde los años setenta,
gracias a la Tendenza, grupo de
arquitectos italianos que enseñaron el método para recuperar el valor y el significado
de la Historia en la proyectación arquitectónica, en el proyecto urbano
cuidando la forma urbana y en el Planeamiento.
Tirar al suelo las casas en el Centro fue el comportamiento motivado
por el Movimiento Moderno de la Arquitectura y de la Carta de Atenas[6]
que no cabe repetir. Tampoco cabe la actitud similar a la de Mussolini cuando
ordenó abrir una vía por el Foro Romano para ponerlo en valor. Ni siquiera las
de Sitte o Giovannoni que en aras de la estética monumental eliminaron tejidos
y edificaciones antiguas. Después de tanto avance técnico, teórico y operativo,
no cabe adoptar similares comportamientos. Hay que buscar otras alternativas o
quizá, llegar a la conclusión de que lo mejor sería buscar una solución
consensuada: culta antes que técnica, lucrativa o política.
¿Por qué se ha escogido solamente esos dos “puntos negros”? ¿Qué se
tiene previsto hacer con los demás? ¿Se ha estudiado suficientemente la
evolución y la transformación del parcelario? ¿No sería más conveniente
estudiar cada casa para según sus particularidades dar una solución específica?
¿Cabe borrar o corregir los errores urbanísticos cometidos?
¡Cómo me gustaría estar en mi tierra para ayudar a pensar en las
respuestas!
Sevilla 15 de Setiembre
de 2013
[1] Jorge Benavides Solís. La Arquitectura del siglo XX en
Quito. Ed. Banco Central. 1987
[5] Junta de Extremadura: Urbanismo y conservación de ciudades Patrimonio de la Humanidad.
Cáceres 1993: 335-345. Jorge Benavides Solís, El Patrimonio de la Humanidad en
Los Andes.
“(…) hechos fundamentales
(permanencias, monumentos, trama vial, parcelario,
instituciones) de la realidad urbana en torno a los cuales se construyen otros
hechos (…)” Aldo Rossi: La Arquitectura
de la ciudad. Barcelona 1971: 45.
[6] Jorge Benavides Solís: Las falacias del
urbanismo moderno en el Ecuador. En Arquitectura
y Sociedad nº 2: 37-48
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