PRESENTACION DEL LIBRO
Alianza Francesa
16 de junio del 2016. Quito
Referirnos
a Jaime Andrade Moscoso, Don Jaime como cariñosa y respetuosamente lo
llamábamos cuando fue nuestro profesor y maestro y cuando fue nuestro decano en
la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central, y como en la
actualidad seguimos llamándole, es para mi un gran honor y una tarea que
sobrepasa largamente mis conocimientos sobre el arte y la escultura, que es lo
que destaca el libro que hoy se presenta.
La
amistad con su hijo Jaime Andrade Heymann y el compañerismo que como estudiantes
y luego en muchos años de ejercicio profesional y docente hemos mantenido,
además de mi admiración profunda a la monumental obra de Don Jaime, de la cual
su hijo Jaime ha sido coautor, colaborador y compañero en muchas de ellas, me
han hecho aceptar este difícil compromiso.
Para analizar una obra de arte me parece
necesario mencionar y siguiendo a Hildebrand,[1]
la definición de la escultura como arte. Se refiere a aquello que se rige por
leyes eternas e invariables. Leyes independientes por tanto, de la personalidad
del escultor tanto como de las academias y de las modas; son las leyes de la
Forma.
La forma real es la propia del objeto escultórico,
indiferente al sujeto, aunque no claramente aprehensible para este, la escultura
crea una forma necesaria y conscientemente aparente y activa. Activa porque
provoca en nosotros sensaciones de espacios, movimiento y sentimiento. Aparente
porque su efecto es psicológico; no virtual porque siguen existiendo
explicaciones fisiológicas, pero si claramente mental e imaginario.
La escultura es la fijación de una forma
visual a la naturaleza, a su entorno. En la actividad de esa forma y en el
efecto sobre el espectador, reside la validez artística de la obra escultórica.
MURAL PARA EL HOTEL HUMBOLDT 1967. Chapa de hierro batida, soldada y pavonada 2,20 x 5,00 mts. Museo Nacional. Quito, Ecuador Fotografía: Daniel Andrade Brauer |
Así pues, la forma activa sustituye en
importancia a la real en las representaciones escultóricas; ella es la que
induce la mirada en perspectiva o la percepción del movimiento, la que exige
una determinada actitud en el espectador y, sobre todo la que provoca en él, la
“forma aparente” cerrada en sí misma y creadora de un espacio virtual, en una
relación visual, tranquilizadora y placentera para el hombre.
La autonomía de las obras de escultura se
basa en la creación de una unidad cerrada y un espacio virtual, y no se han de
confundir espacio ideal y espacio real. En la escultura como arte, se crea un
espacio para el ojo, esto es, un espacio unitario a través de una forma; se
crea una unidad que no es casual, como en la naturaleza, sino conferida por la
forma. Esa unidad es el verdadero problema de la forma en escultura, pero, al
mismo tiempo, esa forma unitaria es la que imponemos a la naturaleza, al
entorno, en una relación desarrollada y ya no ingenua con ese entorno.
El placer estético consiste justamente en
la impresión sensible de una forma organizada. La obra escultórica debe
impresionarnos como la naturaleza, aunque la percibamos desde un grado mayor de
conciencia, el que nos permite nuestra capacidad representativa.
El
Arq. Lenin Oña[2] ha
escrito que Don Jaime es el escultor ecuatoriano por excelencia, no nos cabe la
menor duda. A este respecto Mario Vargas Llosa[3] dice
que tres ingredientes son imprescindibles para que aparezca un gran creador, ya
sea este pintor, escultor o arquitecto y estos son: oficio, ideas y cultura.
Estos tres ingredientes no tienen necesariamente que tener las mismas
proporciones. Pero si uno de ellos falla ese creador, lo es solo a medias o no
llega a serlo, no se acerca a la excelencia.
El
oficio se aprende, consiste en ese aspecto técnico artesanal, del que también
esta hecha toda buena obra de arte, pero que por si solo no basta para elevar
una obra a la condición de arte.
Como
sabemos Don Jaime ingresó a la Escuela de Bellas Artes en Quito en 1928, en
donde fue alumno de Luigi Casadio,[4] posteriormente
en 1941, después de haber ganado el Premio Mariano Aguilera estudió en la New
School for Social Research de Nueva York,[5] en
donde fue alumno de Camilo Egas en un curso de composición mural, siguió
aprendiendo el oficio cuando organizó y participó en un curso con la escultora
israelita Naomi Henrick. Escuelas y cursos en donde sin duda aprendió muy bien el
oficio.
El
segundo ingrediente, las ideas, son una forma más realista de llamar a la
“inspiración” –palabra que tiene resonancias místicas y oscurantistas-, y son
el factor decisivo para hacer del oficio el vehículo de expresión de algo
personal, una invención que el artista añade con su obra a lo ya existente. En
las ideas que aporta consiste la originalidad del autor.
A lo
largo de su carrera Don Jaime aportó siempre una búsqueda incesante de nuevas
ideas y recursos, experimentó con muchos materiales, desde el adobe y el barro
en su trabajo final de la Escuela de Bellas Artes, hasta la piedra, la madera,
los metales, mezclándolos en algunas de sus esculturas, buscando en la forma
del cuerpo humano varias expresiones con figuras humanas en hasta cuatro planos
en profundidad e incorporando figuras geométricas para otras representaciones.
El
tercer ingrediente, es el que da espesor, consistencia, durabilidad, a la
invención, son los aportes de un creador a la cultura artística. Es decir la
manera como su obra se define respecto a la tradición; la renueva, la
enriquece, la critica y la modifica.
Don
Jaime en una entrevista se quejaba que los cánones clásicos, el yeso griego
estudiado desde todos los ángulos le resultó un peso del cual le fue difícil
librarse, confesando que las huellas todavía aparecen en su obra, sin darse
cuenta.[6] Con
esta declaración al mismo tiempo estaba denotando su enorme esfuerzo para
liberarse de esos cánones, para renovar, para enriquecer, criticando y
modificando la tradición.
Y que
renovó la tradición escultórica ecuatoriana es indudable, solo hay que ver sus
obras para identificar; varios elementos de renovación formal, el uso de nuevos
materiales, la incorporación del mosaico en relieve[7],
desarrollado conjuntamente con su hijo Jaime[8], en la
expresión, y especialmente en la relación que sus obras tienen con la
arquitectura, con el espacio urbano o arquitectónico.
Como
lo reconoció el pintor lojano Eduardo Kingman Riofrio[9] en
1972, la obra de Don Jaime constituye un todo orgánico, en cualquiera de sus
etapas escultóricas, y el pintor -encuentra en la evolución de la obra de Don
Jaime- un estudio serio, equilibrado y profundo del crecimiento de su espíritu,
lo que le ha permitido no dejar nada al azar, ya sea la pequeña obra escultórica,
como los grandes murales realizados en armonioso juego de metal, piedra y
mosaico, -para terminar exclamando-. ¡Hermosa obstinación de quien demuestra
que en el Ecuador existe madurez escultórica!
Enseñando
como maestro que fue, como, es fundamental en la obra de arte; guardar las
proporciones y la unidad de la composición, elementos conseguidos con rigor,
tenacidad y trabajo tesonero renovando sus propuestas como la que hizo en
bocetos para el mural del palacio legislativo, que lamentablemente no fueron
seleccionados, en donde incorpora elementos geométricos a la figura humana
creando una composición general que tiene mucho que ver con la expresión de
arquitectura moderna que tiene ese edificio.
De
forma muy breve y para corroborar lo aquí señalado me referiré al primer y al
último mural que constan en el libro que hoy se presenta, entre los cuales hay
38 años de diferencia.
El mural en la Universidad Central iniciado en
1948 y a pesar de la magnífica descripción e interpretación de María Helena
Barrera-Agarwall[10],
señalaré que tiene 18 metros de largo en una superficie curva, por 9 metros de
alto y es un auténtico edificio mural, que le significaron 6 años de trabajos
muy duros, en donde el despiece geométrico es notable e indispensable por las
enormes dimensiones. Su magnífico juego entre alto y bajo relieve en una cruz
invertida[11] con
una serie de alegorías a la educación, a la religión, a la conquista, a la
ciencia y la máquina, al trabajo y al sol, con una parte baja derecha en donde
las figuras humanas expresan recelo, miedo, y protección maternal de los niños,
mientras en el lado izquierdo la marcha constante y altiva hacia adelante de
las figuras, comandadas por los sabios,
alentadas por los adultos conducen a los niños y jóvenes hacia adelante, en
magnifica conjunción entre las partes y el todo.
MURAL EN LA UNIVERSIDAD CENTRAL 1948-1954. Piedra azul, canteras del Pichincha 18,00 x 9,00 mts. Fotografía: Enrique Vivanco Riofrio |
Detalle Fotografia: Enrique Vivanco Riofrio |
Detalle Fotografia: Enrique Vivanco Riofrio |
MURAL EN EL BANCO DE LA VIVIENDA 1986. Hierro tol esmaltado con color, piedras naturales 3,50 x 11,00 mts. Edificio del Ex-Bnco de la Vivienda. Quito, Ecuador Fotografía: Daniel Andrade Brauer |
Detalle Fotografía: Daniel Andrade Brauer |
Estos
dos extremos de su primera y su última obra murales, marcan sus diferencias y son
testigos recios de la búsqueda artística de Don Jaime, el despiece que con la
gama de grises propios de la piedra, en la universidad, cuidadosamente seleccionada
para el mosaico ortogonal, produce destellos de movimiento con la luz, sin
perder su solidez y su gravidez sustancial, en el mural del Banco, donde su
forma activa nos comunica que se despega del muro y adquiere un volumen virtual
que llena proporcionadamente el espacio de varios pisos de altura que tiene el
edificio, la ligereza y transparencia, características del arte y la
arquitectura contemporáneas, donde la geometría tiene formas más libres,
perforadas, están muy presentes.
Utilizó
los materiales de la tierra, se revistió de la sencillez y la modestia muy
propia de la gente ecuatoriana y trabajó con los pies atados al suelo,
interpretando los conocimientos y la tradición de los hombres que mejor conocen
su tierra, claro que sin olvidar ni por un momento la técnica, la composición,
la búsqueda artística[12].
El
libro que hoy se presenta es un esfuerzo notable, que honra a sus familiares, Elsa
y Jaime sus hijos y Daniel su nieto, autor de todas las fotografías que
aparecen en el libro, no solamente por dar a conocer mejor y de forma orgánica
la escultura y la obra mural de Don Jaime a las generaciones actuales y
futuras, sino por plantear las relaciones entre el arte y la ciudad, tan
difíciles y tan escasas en esta ciudad, que sometida a fuertes procesos
constructivos y a la invasión de automóviles, contaminación y ruido no tiene
casi espacios para el arte.
Creemos
que este esfuerzo debe ser correspondido por las personas sensibles y por las autoridades
locales y nacionales, declarando la obra de Jaime Andrade Moscoso como Patrimonio
Artístico Nacional. Para lo cual el libro que comentamos, puede ser un muy buen
inicio para el análisis, fichas y documentación que seguramente requerirá esta
declaratoria, que además de alertar a los propietarios de estas obras sobre su
mantenimiento y valor, permitiría preservarlas como corresponde.
Estas
breves notas, no alcanzan a abarcar ni tan siquiera un poco de la enormidad cualitativa
y de la monumentalidad de la obra de Don Jaime, obra que sobrepasa largamente
los límites de la nación ecuatoriana, traspasa también y con holgura los
límites de Latinoamérica, para llegar con derecho propio a dimensiones
universales.
[1] VON HILDEBRAND, A. El problema de la forma en la
obra de arte. Ediciones Visor. Colección La Balsa de la Medusa. Nº 10. Madrid.
1988. 109 P p.
[2] PÉREZ
PIMENTEL, R. Diccionario Biográfico
Ecuador. Guayaquil: Litografía e Imp. de la Universidad de Guayaquil.
1987.
[3] VARGAS LLOSA,
Mario. La batalla perdida de “Monsieur” Monet. El Comercio. Quito. 1999. pp.
A5.
[4] ANDRADE
HEYMANN, Jaime. Obra mural y escultura pública de Jaime Andrade Moscoso.
Hominem. Quito. 2015. Pp. 9
[5] AGUINAGA
YÉPEZ, Verónica Marcela. Influencia
del Simbolismo en el Arte Ecuatoriano. Tesis de Licenciatura en Artes
Plásticas. Universidad Central del Ecuador. Pdf. 2013. 131 pp.
[6] PEREZ PIMENTEL,
R. Op. Cit. Pp. 45
[7] PAZMIÑO
BETANCOURT, Juan Carlos. Metodología
de intervención del mural mosaico de piedra del Salón de la Ciudad de Quito.
Tesis de Restauración y Museología. Universidad Tecnológica Equinoccial. Pdf.
Quito. 2008. 116 Pp.
[8] BARRERA-AGARWALL,
María Helena. El arte sacro de Jaime
Andrade Moscoso, en Revista Nacional de Cultura. Nº. 23. Mayo – agosto 2013.
Quito. pp. 68
[9] KINGMAN
RIOFRIO, Eduardo. “Arte de una
generación” en Mediodía. Nº 61, Revista de Literatura y Arte de la Casa de la
Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, Núcleo de Loja. Noviembre 2013. Pp.
42-62.
[12] VIVANCO
RIOFRIO, Enrique. Aproximaciones. Quito. 2006. Pp. 195.
No hay comentarios:
Publicar un comentario